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Imagen Libélula: Mª Angeles Rosado Poesía visual: Alberto Blanco |
Composición realizada con las aportaciones recibidas a 25 de marzo
En el
arroyo de la libélula lectora, el tiempo danzaba melódicamente, reía y
hacía reír con él, vibraba de pura pasión, transcurría… tan deprisa, tan
deprisa, como voltean la comba los erizos con los párpados. Tan despacio, tan
despacio, que las letras caían una a una como plumas.
Los
niños abrían los brazos para recogerlas, los ancianos cerraban los ojos, todas
las manos que estaban cerca, se buscaban para apretarse; como intentando crear una red mágica, que
atrapase para siempre ese momento…
La lluvia de letras era
incesante, flotaban en el ambiente, buscando su refugio en esa misteriosa
habitación sin puertas, en la cual se enraizaba el poeta, buscando ese momento
adecuado, para unir su alma, para humedecer sus miedos… en la reconditas aguas
del arroyo…
Eterna
cascada, que por influjo del verso decidió convertirse en beso, entre las
manos de los amantes de la letra.
Cuando hacía frío los abrazaban,
el calor también les acercaba a ellos, acurrucándose en sus sombras. Todas las
miradas tenían sentido, el mundo empezó a llenarse de espejos, que jamás se separarán
mientras haya poesía.
Yo los observaba con mi sonrisa,
mis labios dibujaban letras.
Cuenta una leyenda, que ese momento transcurría tan despacio, como
gotean los relojes de las espumaderas, tan despacio, que los sueños eran
ligeros como bruma.
Cuenta, que la bruma se abrazaba a los niños cobijándose, que los
ancianos descalzos de manos, jugaban con ella, que la libélula perdió la mitad
de sus alas…
Cuenta que
ante ella, en el preciso momento en el que su corazón comenzó a leer, se fueron
congregando multitud de almas vivas, que ya no le permitieron detener su
lectura, construyeron muñecos de letras animados por la voz común de sus
sentimientos.
Se puso cómoda, recostándose sobre sí misma. El tiempo le planteó una
terrible disyuntiva, tuvo que elegir entre volver a volar o dejar este mundo
como un verdadero cadáver exquisito, rodeado de todo tipo de vuelos de letras.
Y decidió
seguir leyendo.
Cuenta
también la leyenda, que Ricky, la Luciérnaga Ciega, guiada por la voz de la libélula,
encontró el arroyo que llevaba buscando tanto tiempo y se quedo con ella para
siempre, prestándole de noche su luz natural, cerca del agua, a cambio de su
lectura.
Las gotas que
manaban por aquel arroyo, tenía vocación de nube de luna, de cresta de ola, de
sed de mares de letras, de mareas de vidas...
Pero se
quedaban quietas, escuchando fascinadas, el discurrir del tiempo por una
espumadera, el caer de la bruma que se cobija entre niños, erizos jugando a la
comba, el sonido de unas manos que nunca se separaran… bajo una luna hecha
redonda.
Tras los
párpados de niños y viejos, una sonrisa se despereza, pues cada verso abanica
sueños de libertad, y las palabras todas se agolpan a renglón seguido para
caer, cuál pétalos floridos, sobre las aguas.
Se cuenta
que. . . el arroyo transcurría tan despacio, que el tiempo se derretía
dulcemente entre sus segundos arrebatados en una exaltación de aguas
cristalinas y esa natural liturgia formada por plumas que volaban como letras
exaltadas a merced de un viento caprichoso. Ojos, brazos, niños, ancianos,
abrían atónitos sus corazones.
Cuentan, que
la libélula sigue todavía dibujando una sonrisa de letras, desde sus
labios...que su lectura descansa en el autobús su alboroto, en un día festivo
de frío, lluvia y viento, observando el vuelo de Ricky, que celebra el aleteo
de tan lectora libélula sobre el lago, en un torneo de aproximaciones. . .lejanas.
Y en ese tiempo en el que ha quedado petrificado por siempre el arroyo,
dan cobijo las letras a otras muchas de sus congéneres, pues el verbo de la
libélula no tiene fin. Amantes, poesía y almas vivas, hechos de grafías como
plumas, tras manos que son redes, y acentos que cantan infinitas lenguas….
despacio, tan despacio…. refugio en
aquella luz luciérnaga, volteadora de páginas al compás de su fragancia estival…
Todo esto
sucedió el día que murió la soledad.
En el arroyo
de la libélula lectora.