jueves, 26 de marzo de 2015

01-Composición "En El Arroyo de la Libélula Lectora"


Imagen Libélula: Mª Angeles Rosado
Poesía visual: Alberto Blanco
Composición realizada con las aportaciones recibidas a 25 de marzo
En el arroyo de la libélula lectora, el tiempo danzaba melódicamente, reía y hacía reír con él, vibraba de pura pasión, transcurría… tan deprisa, tan deprisa, como voltean la comba los erizos con los párpados. Tan despacio, tan despacio, que las letras caían una a una como plumas.
Los niños abrían los brazos para recogerlas, los ancianos cerraban los ojos, todas las manos que estaban cerca, se buscaban para apretarse; como intentando crear una red mágica, que atrapase para siempre ese momento…
La lluvia de letras era incesante, flotaban en el ambiente, buscando su refugio en esa misteriosa habitación sin puertas, en la cual se enraizaba el poeta, buscando ese momento adecuado, para unir su alma, para humedecer sus miedos… en la reconditas aguas del arroyo…
Eterna cascada, que por influjo del  verso decidió convertirse en beso, entre las manos de los amantes de la letra.
Cuando hacía frío los abrazaban, el calor también les acercaba a ellos, acurrucándose en sus sombras. Todas las miradas tenían sentido, el mundo empezó a llenarse de espejos, que jamás se separarán mientras haya poesía.
Yo los observaba con mi sonrisa, mis labios dibujaban letras.
Cuenta una leyenda, que ese momento transcurría tan despacio, como gotean los relojes de las espumaderas, tan despacio, que los sueños eran ligeros como bruma.
Cuenta, que la bruma se abrazaba a los niños cobijándose, que los ancianos descalzos de manos, jugaban con ella, que la libélula perdió la mitad de sus alas…
Cuenta que ante ella, en el preciso momento en el que su corazón comenzó a leer, se fueron congregando multitud de almas vivas, que ya no le permitieron detener su lectura, construyeron muñecos de letras animados por la voz común de sus sentimientos.
Se puso cómoda, recostándose sobre sí misma. El tiempo le planteó una terrible disyuntiva, tuvo que elegir entre volver a volar o dejar este mundo como un verdadero cadáver exquisito, rodeado de todo tipo de vuelos de letras.
Y decidió seguir leyendo.
Cuenta también la leyenda, que Ricky, la Luciérnaga Ciega, guiada por la voz de la libélula, encontró el arroyo que llevaba buscando tanto tiempo y se quedo con ella para siempre, prestándole de noche su luz natural, cerca del agua, a cambio de su lectura.
Las gotas que manaban por aquel arroyo, tenía vocación de nube de luna, de cresta de ola, de sed de mares de letras, de mareas de vidas...
Pero se quedaban quietas, escuchando fascinadas, el discurrir del tiempo por una espumadera, el caer de la bruma que se cobija entre niños, erizos jugando a la comba, el sonido de unas manos que nunca se separaran… bajo una luna hecha redonda.
Tras los párpados de niños y viejos, una sonrisa se despereza, pues cada verso abanica sueños de libertad, y las palabras todas se agolpan a renglón seguido para caer, cuál pétalos floridos, sobre las aguas.
Se cuenta que. . . el arroyo transcurría tan despacio, que el tiempo se derretía dulcemente entre sus segundos arrebatados en una exaltación de aguas cristalinas y esa natural liturgia formada por plumas que volaban como letras exaltadas a merced de un viento caprichoso. Ojos, brazos, niños, ancianos, abrían atónitos sus corazones.
Cuentan, que la libélula sigue todavía dibujando una sonrisa de letras, desde sus labios...que su lectura descansa en el autobús su alboroto, en un día festivo de frío, lluvia y viento, observando el vuelo de Ricky, que celebra el aleteo de tan lectora libélula sobre el lago, en un torneo de aproximaciones. . .lejanas.
Y en ese tiempo en el que ha quedado petrificado por siempre el arroyo, dan cobijo las letras a otras muchas de sus congéneres, pues el verbo de la libélula no tiene fin. Amantes, poesía y almas vivas, hechos de grafías como plumas, tras manos que son redes, y acentos que cantan infinitas lenguas…. despacio, tan despacio….  refugio en aquella luz luciérnaga, volteadora de páginas al compás de su fragancia estival…

Todo esto sucedió el día que murió la soledad.
En el arroyo de la libélula lectora.




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